Publicado el 23 de junio de 2020.
Fue una «coyuntura virtuosa» lo que llevó a Octavio Enríquez a especializarse a Francia. En el año 1981, este joven profesional, recién titulado como Médico de la Universidad de Concepción, tomó sus maletas y se embarcó rumbo al Servicio de Cirugía Broussais de la Universidad París VI, en una experiencia que repetiría seis años después.
«Todo esto fue gracias a un convenio con el gobierno francés para el desarrollo de especialidades médicas en el Biobío con las cuales pudiéramos conformar el primer centro cardioquirúrgico de la región», cuenta.
– ¿Por qué Francia?
– Yo no puedo decir que «elegí Francia», sino que es más preciso decir que la oportunidad estaba a mi disposición y la tomé. Originalmente pensaba hacer una residencia en EE.UU. Yo estudié en el Colegio Alianza Francesa y además existía el convenio con la autoridad sanitaria en ese país, lo que facilitaba las cosas, además que la cirugía cardiológica en Europa era de mucha calidad.
Fueron esas pequeñas coincidencias las que allanaron el camino al Dr. Enríquez para una experiencia fuera de Chile que se extendería por más de tres décadas, donde pudo valorar las bondades de la experiencia internacional, desde el contacto con médicos de todas partes del mundo, conocer los principales centros cardioquirúrgicos y realizar una activa participación en investigaciones con profesionales de distintos orígenes.
«Posteriormente me incorporé a la Sociedad de Cardiología y Cirugía Cardiovascular e hice una estadía corta en la Clínica Mayo (EE.UU.)», recuerda. A eso se suma su experiencia como representante del American College of Chest Phisicians, como miembro de la Asociación Europea para la Educación Médica y su trabajo en los organismos internacionales de acreditación. «Actualmente formo parte del sistema nacional de acreditación de Costa Rica y participo en procesos de acreditación internacional en CINDA», cuenta.
Las oportunidades existen
Pegar el salto para estudiar en el extranjero no era fácil, sobre todo pensando en las dificultades políticas y económicas de la década de los ochenta. En momentos en que se desataba la recesión de 1982, el vicerrector nos cuenta «me endeudé para terminar mi estadía en Francia de forma normal». Pero a eso se sumaban otras ansiedades: «yo no sabía nada de cirugía cardíaca».
Sin embargo, después de un par de meses de trabajo, su mentor se acercó a él: «A los dos meses de estadía mi maestro, el Dr. Phillip Blondeau me dice ‘le propongo que usted trabaje conmigo, ¿está dispuesto?’… «por supuesto que sí’, le dije».
«Yo vivía en condiciones modestas, vivía en una residencia universitaria, tenía que tomar un tren suburbano para viajar dos horas y estar en el pabellón muy temprano. Yo visitaba a los pacientes a la hora que fuera, en las condiciones que fuese… Implica un sacrificio si uno quiere alcanzar sus objetivos».
– ¿Qué mensaje le entregaría a los estudiantes UNAB?
– Las relaciones internacionales en los ochenta eran mucho menos institucionalizadas, el convenio con el Ministerio de Salud francés era algo inédito. Esto abrió mi mirada muy tempranamente hacia el valor de las relaciones internacionales. Antes no había apoyos institucionales como los que existen hoy, la mayoría de las veces había que pagar del propio bolsillo. Yo tuve la oportunidad de generar alianzas con personas que en otras circunstancias no hubiese conocido, con otras culturas, otras historias. Tengo amigos hasta el día de hoy. Lo internacional tiene un valor tan grande, el retorno es mucho mayor de lo que se cree. Eso es lo que me permite valorar la acreditación de Middle States Commission on Higher Education y varias certificaciones internacionales de las distintas carreras de la UNAB.